DANIEL ÁLVARO MARTÍNEZ

 PERENTORIEDAD BIOLÓGICA DE BUENAS MANERAS 

Publicado el 12-12-2008 en red social BUENAS MANERAS de Julia Herrera de Salas 

Las buenas maneras constituyen expresión excelsa de una singularidad biológica de nuestra especie —nuestra capacidad de hablar y simbolizar—, sin la cual serían inviables.

A diferencia de los restantes vivientes, cuya adaptación al medio está genéticamente determinada, nuestra subsistencia depende en gran medida de nuestra cultura. Compartimos con aquéllos —y en particular con nuestros hermanos mamíferos— la condición de necesitados. En cuanto tales, somos irremisiblemente depredadores del medio capaz de satisfacernos. Nuestras mascotas —ejemplo claro— requieren como nosotros alimentación y afecto. Mas los humanos —mamíferos inteligentes y fundamentalmente emocionales— requerimos además construcciones intelectuales y axiológicas capaces de contextualizar inteligiblemente nuestro entorno y de legitimar nuestras actitudes (ante nosotros mismos y ante nuestros semejantes).

En estas construcciones se mantiene una dualidad insoslayable: por un lado nosotros (sujetos necesitados); por otro lado el medio (objeto capaz de satisfacernos). Aun en las circunstancias más altruistas del amor y de la entrega, en las cuales nos brindamos desinteresadamente al otro (incluso el creyente orante que en actitud de adoración se sitúa ante el absolutamente Otro); aun así... la dualidad subsiste.

Entendidas como expresión superlativa de nuestra capacidad de hablar y simbolizar, las buenas maneras resultarían idóneas para conducirnos hacia el pináculo de la unidad cósmica. Allí donde la Realidad que nos rodea e incluye brillaría por sí misma y dejaría de ser modelada conforme a nuestras expectativas (por más desinteresadas que éstas aparentaren). Al ascender hacia tal cima, la dualidad sujeto-objeto se desdibujaría y devendríamos testigos imparciales, no sólo de la infinita belleza de la inmensidad que nos constituye y rodea, sino también de su radical unidad: “SAY I AM YOU” 

¿Sería éste el súmmum de las buenas maneras? Resulta paradójico que esta visión-aspiración, en la cual nuestras necesidades vitales (incluso las más elevadas) serían silenciadas en aras de la unidad, surja de la constatación de una necesidad biológica extrema:

Por primera vez en la historia de la humanidad, los hombres vemos nuestro destino, como sociedades, como especie y vemos, también, el destino de la vida del planeta, en nuestras propias manos, dependiendo exclusivamente de la cualidad que, como individuos y como colectivos, seamos capaces de conseguir. Y estamos en esta situación sin el respaldo de ninguna solución bajada de los cielos, ni dada por la naturaleza de las cosas.

Nuestra especie, por su condición de vivientes que hablan, al tener que auto programarse según las circunstancias de sus modos de vida, no tiene una  naturaleza fijada de la cual se puedan deducir normas inmutables para la vida individual y colectiva. Tenemos que gestionarnos a nosotros mismos y a la vida del planeta desde la cualidad humana que seamos capaces de adquirir. Esta cualidad humana, en una sociedad de conocimiento y de cambio constante, no puede apoyarse ni en creencias religiosas ni laicas, porque las creencias fijan y las nuevas sociedades deben estar siempre dispuestas al cambio, en todos los niveles de la vida.

El cultivo de la dimensión absoluta de nuestra experiencia de lo real transita: de la actitud propia de un viviente necesitado (un sujeto de necesidad frente a un medio donde satisface esas necesidades), que es una actitud dual, a la de una actitud no dual, de unidad. Comporta el tránsito de una condición depredadora, a la condición de amante. El amor es mucho más que sentimiento, es unidad.

En este proceso intervienen todas las facultades. Interviene la acción: reconocer al otro y a lo otro, ponerse al servicio del otro y de lo otro, llegar a ponerse en servicio incondicionalmente, por tanto, sin ego, porque el que pone condiciones siempre es el ego. Este servicio sin condiciones lleva a reconocer “lo que es” y no lo que construye nuestra condición necesitada.

También interviene la mente. Se pasa de la experiencia doble de la realidad (relativa a nuestras necesidades e independiente de esa relación o absoluta), a la experiencia de la absoluta unidad. Eso supone una transformación: el ego deja de ser el punto de residencia de la mente y del sentir; el punto de residencia es “eso que es”, no dual, llámesele como se quiera, Dios, Vacío, Ser-Conciencia, Nirvana, Samâdhi, Tao, Espíritu, Gran Antepasado, etc. Sólo desde ahí se da el verdadero conocimiento, que es el conocimiento del absoluto, del no-dos, un conocer que es un no-conocer porque es conocer desde el seno de la unidad sin dualidad ninguna.

Ésta es la verdadera madurez y cualidad humana, y ésta es la espiritualidad y la mística, que puede darse desde el seno de las religiones y las creencias, como  hicieron nuestros antepasados, o sin religiones ni creencias, como nos vemos forzados a hacerlo en las nuevas condiciones culturales.

CORBÍ MARIANO, MÍSTICA LAICA, CALIDAD Y MADUREZ HUMANA

Definitiva e inexorablemente, las buenas maneras —cuna y escuela de arte y poesía, de calidad humana profunda— resultan imprescindibles para la supervivencia de nuestra especie y de nuestro planeta. En el vertiginoso auge de nuestros recursos tecnológicos hemos propulsado el vuelo de una nave en cuyo hábitat no es viable la quietud. O bien ascendemos, elevando nuestra calidad humana; o por el contrario descendemos, desnaturalizando nuestro potencial evolutivo. Tampoco es viable la prescindencia. No es posible permanecer neutral en un tren en marcha y desprovisto de frenos (Howard Zinn).

En cuanto gestos humanos, las buenas maneras son siempre operantes, nunca asépticas. Nos humanizan y transfiguran cuando son genuinas; nos degradan y destruyen cuando son falsas. Actúan como agentes de liberación, en la medida en que sean sinceras; o por el contrario de esclavitud, en la medida en que se vacíen de contenido y sólo veneren formas convencionales.

Las buenas maneras no se restringen a nuestra manera de tratar a quienes cohabitan nuestro entorno, físico o virtual: seres queridos, amistades, animales, vegetales, objetos caseros, naturaleza circundante... Comienzan en nosotros mismos, son fuente de autoestima. Y en la medida en que modelen nuestro ascenso hacia cúspides unitarias, nuestra visión dual se desvanece, nuestra percepción unitaria se afina. Como fruto de indagación permanente y apasionada, sutileza, alerta, desapego y silenciamiento de nuestro ego, sentimos en nuestro plexo solar el latir de Gaia (nuestra Madre Tierra Viva) y, por su intermedio, el de la inmensidad cósmica. Nos visualizamos como soporte y destello fugaz de la Realidad inabarcable, del infinito Misterio que en nosotros se manifiesta.

Cuando esto ocurre o al menos se vislumbra, en nosotros y en torno a nosotros, las buenas maneras son también aleluya, expresión de gratitud y alabanza a la Vida experimentada como don. (Sigue leyendo...)

Daniel Álvaro Martínez

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